1º de mayo de 2020
En Chiapas, Oaxaca y Tabasco se encuentran los pueblos con mayores índices de pobreza y peor servicios de salud. La situación es aún peor en las comunidades indígenas. La pandemia actual es una de las tantas que los pueblos indígenas han resistido a través de la organización, el cuidado colectivo, la sabiduría originaria y la recuperación de la medicina tradicional. Ante la incertidumbre de cómo actuará el Estado, cuidarnos es un acto político, solidario y humano.

Hace unos días, con mi abuelo Domingo veíamos las noticias sobre el número de contagios y muertos en el mundo por el coronavirus. De pronto, él me preguntó si en los informes se consideraban los contagios de hombres y mujeres indígenas de México y de otros continentes. Su propia interrogante lo llevó a una respuesta: “Nadie lo sabe. No nos queda más que protegernos la vida”. En su afirmación se entrañaba una incertidumbre y, al mismo tiempo, el deber de cuidarnos.
Enseguida comenzamos a platicar sobre las acciones que los pueblos indígenas-originarios han realizado para evitar la propagación de la pandemia, pues no hay duda de que el coronavirus no solo proyecta “una profunda crisis del orden global neoliberal que cuestiona el sistema económico y monetario, y de salud”; sino, además, es un acontecimiento que amenaza la salud de todos y todas, sin importar en qué parte del planeta nos encontremos. En efecto, ni siquiera están a salvo los pueblos en aislamiento voluntario en la Amazonía, donde ya se reportan los primeros contagios.
“Los pueblos indígenas han sabido hacer frente a las amenazas sanitarias, a partir de la organización y el cuidado colectivo la medicina tradicional y el cuidado de la Me’tik balumilal (Madre tierra)”
La pandemia actual es una de las tantas que los pueblos indígenas-originarios históricamente han resistido y hecho frente. Las muertes masivas provocadas en América Latina y el Caribe por enfermedades traídas de los países colonizadores, como la viruela, el sarampión y la gripe entre los siglos XVI y XX. En este sentido, el coronavirus se configura como un nuevo peligro para la salud de los más vulnerables.
No obstante, los pueblos indígenas han sabido hacer frente a las amenazas sanitarias, a partir de la organización y el cuidado colectivo, mediante el despliegue de sabidurías que permitieron las rebeliones, la recuperación de la medicina tradicional y el cuidado de la Me’tik balumilal (Madre tierra). Las estrategias desplegadas en el pasado, actualmente se ejercen para cuidar la vida y afianzar un porvenir con la menor pérdida humana posible. Una forma de “biopolítica” desde las comunidades.
Estrategias del pasado aplicadas al presente
El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) apeló, una vez más, a la solidaridad y al cuidado colectivo: tomó la decisión de cerrar los caracoles y los municipios autónomos rebeldes zapatistas para evitar la propagación del coronavirus en su territorio, sin dejar de luchar. En pueblos como Tenejapa y Chanal, o municipios tseltales, las familias se organizan para protegerse, resguardándose en sus comunidades, trabajando únicamente en la milpa y en la casa, donde, además, los ayuntamientos acordaron suspender todos los actos políticos y religiosos. Fueron las mismas acciones tomadas en la regiones tsotsil y tojol-ab’al, donde los agentes acordaron suspender actividades públicas.
Mientras tanto, en la región norte de Chiapas, tseltal-ch’ol, se tomaron medidas rígidas en los municipios de Chilón y Yajalón al bloquear las entradas principales. De este modo, únicamente permiten el ingreso a los que son originarios de dicha región, pero les piden no salir de casa durante dos semanas. Este cierre de las fronteras, el “confinamiento territorial”, se ha llevado a cabo en varios pueblos de Bolivia, Perú, Colombia, Ecuador y Brasil.
“El EZLN tomó la decisión de cerrar los caracoles y los municipios autónomos rebeldes zapatistas para evitar la propagación del coronavirus en su territorio, sin dejar de luchar”
Por el otro lado, algunas comunidades han tomado medidas extremas que conlleva a la exclusión de sus propios lumaletik (conciudadanos). Esto sucede en algunas localidades de la región Altos y Selva de Chiapas donde existe un alto índice de hombres y mujeres que, ante la falta de empleo y de tierras para cultivar, han migrado en búsqueda de trabajo a lugares como Playa del Carmen, Cancún, Mérida, Ciudad de México y Monterrey –ciudades localizadas en los estados donde se registran altos números de contagiados por el COVID-19–, son rechazados al volver a sus comunidades. Lo mismo ocurre con los que han retornado de los campos de cultivo en Sonora y en Estados Unidos.
No es un tema menor, pues se ha informado que varios de los que regresaron a su comunidad de origen, llegaron sin tomar medidas preventivas y sin recibir alguna revisión médica, lo cual ha desencadenado desconfianza, incertidumbre y temor. Así, los retornados se quedan sin apoyo y sin espacio donde resguardarse. Esto ha provocado que los afectados tomen medidas trágicas, como recientemente sucedió con un hombre zoque de la comunidad Francisco León en Ocosingo quien, al dar positivo a la prueba del coronavirus, decidió suicidarse “por sentimiento de culpa, desesperación y no tener apoyo”.

Falencias y olvidos
Lo anterior devela una de las caras más trágicas para los que viven en el sur de México, como en Chiapas, Oaxaca y Tabasco donde se encuentran los pueblos con mayores índices de pobreza y pobreza extrema, y con servicios de salud deficientes e insuficientes. Los hospitales no tienen los instrumentos ni insumos necesarios para hacer frente a la pandemia: mucho menos en las comunidades indígenas donde cuentan con centros de salud, pero no disponen de los medicamentos para curar una simple diarrea.
Esto fue señalado por Pascuala Vázquez Aguilar, vocera del Concejo de Gobierno Comunitario de Chilón, al denunciar que en las 600 comunidades no había llegado ninguna autoridad sanitaria para brindar información ni compartir los protocolos de prevención. Mucho menos en las lenguas originarias, que en estos tiempos se hace fundamental, pues un pueblo informado puede tener mayores posibilidades de acción y de cuidado colectivo.
Por ello, el Concejo de Gobierno Comunitario ha recorrido las comunidades para llevar la información en tseltal, iniciativa que ya ha sido realizada por instituciones del Gobierno Federal -el Instituto Nacional de las Lenguas Indígenas (INALI), así como el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI)- como por instituciones educativas y de la sociedad civil, como la Universidad Intercultural de Chiapas, la Red de Comunicadores Boca de Polen y la Asociación de Servicios Comunitarios de Salud (ASECSA) quienes hicieron el “Manual para prevenir y tratar el coronavirus desde la comunidad”.
“La comunicación permite a las comunidades tener conocimiento sobre los cuidados y síntomas, sin generar pánico”
Si bien la comunicación no resuelve el problema de fondo, cuando menos, permite a las comunidades tener conocimiento sobre los cuidados y síntomas, sin generar pánico, además de brindarles información fiable de los posibles centros de atención a los que podrían recurrir en caso de estar contagiados. Pero el panorama es adverso, pues recibir atención en los hospitales es una realidad a la que aspira casi nadie, y menos en un Estado como Chiapas donde hay un poco más de 5 millones de habitantes, pero tan solo 189 camas para atender los casos más graves, es decir, una por cada 27 mil habitantes (0.0003%). Y peor aun cuando el paciente es de un pueblo indígena, quien muchas veces sufre de racismo y discriminación. Como lo señaló la concejera del Gobierno Comunitario de Chilón, si comunarios de un pueblo indígena mueren, nadie se dará cuenta y “morirán en silencio”.
Hasta la fecha, en los informes que todos los días ofrece el subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, Hugo López-Gatell, no se habla de la tasa de infección en los pueblos indígenas, tampoco se registran por origen étnico y, mucho menos, se menciona si hay un seguimiento de los casos confirmados. En este sentido, visto desde un ámbito regional y nacional, podrían no ser relevantes para el Gobierno y pasar desapercibidos.

Cuando quedarse en casa es imposible
Pese a ser conscientes de la contingencia sanitaria, hay familias que no pueden detener sus actividades laborales porque no tienen otro modo de ganarse la vida. Doña Juana, una vendedora de atole, explica: “En la radio nos dicen que nos quedemos en casa, pero, si no trabajamos, ¿cómo comeremos?”. La única manera que tiene para ponerse “a salvo” es el cubrebocas y el gel antibacterial que lleva consigo.
En los hechos, el 57% de la población en México ejerce un trabajo informal, sin prestaciones ni garantías laborales. El Estado está rebasado al no contar con los insumos necesarios para atender a toda la población. Solo queda la incertidumbre de saber cómo reaccionará el Estado en las siguientes semanas, en la fase que está apunto de activarse y que supone una etapa crítica y de contagios masivos.
Esto es más complicado todavía con las familias indígenas que están desplazadas de sus lugares de origen por conflictos políticos y territoriales, como sucede en las comunidades de Aldama, Chenalhó y Chalchihuitán en Chiapas, quienes están refugiados en condiciones precarias, que no son de interés del Estado mexicano. Por el contrario, son despojados de su territorio y vida, colocándolos en una situación de alto riesgo y de mortalidad ante la pandemia. Algo así como si fueran la “sociedad de desecho”. Don Antonio, un señor tsotsil desplazado, cuenta: “Nos piden lavarnos las manos con agua y con jabón cuando no tenemos agua para tomar, un peso para comer ni dónde vivir”. El confinamiento, la cuarentena es desigual, no es garantizado para todos y todas.
“El cuidar(nos) es un acto político, solidario y humano que debe de ser una práctica cotidiana, no sólo en tiempos de contingencia”
Como señala mi abuelo, es nuestro deber “protegernos la vida”. Por ello, el cuidar(nos) es un acto político, solidario y humano que debe de ser una práctica cotidiana, no sólo en tiempos de contingencia. Así lo escribió Albert Camus en su célebre novela La Peste: “Ya no hay destinos individuales, sino una historia colectiva que es la peste y que sentimientos compartida por todo el mundo”. La resiliencia y el sentido de pertenencia con aquellas familias que no pueden interrumpir sus actividades cotidianas y se encuentran en situación de riesgo forma parte del cuidarnos entre todos y todas. Esto se expresa en los pueblos indígenas, los sectores populares, y las comunidades en resistencia y rebeldía donde las políticas del cuidado se hacen visibles y posibles por la acción mancomunidad del pueblo ante la ausencia del Estado. De esta manera han logrado sobrevivir y enfrentar cada una de las adversidades: si el Estado está desbordado, entonces los “de abajo” debemos defender la vida como en los últimos 500 años.
Delmar Méndez Gómez es integrante del Observatorio de las Democracias: sur de México y Centroamérica (ODEMCA), y del Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica. E-mail: delmarmego@gmail.com