21 de febrero de 2020
Mucho se habló del Sínodo panamazónico. Y ni pensar en lo que todavía se hablará. Es que no es para menos: marca un punto de inflexión incuestionable hacia dentro y fuera de la Iglesia. El celibato, los incendios en la Amazonía, el rol de los pueblos indígenas y el cuidado de la casa común entre los temas que más debates generaron.
Para la Iglesia, los Sínodos son un momento extraordinario de reflexión y búsqueda común. La misma palabra, en su origen, quiere expresar ese deseo: caminar juntos en la búsqueda de respuestas a situaciones que requieren nuevas acciones pastorales. Como fruto del Concilio Vaticano II (1962-1965), el Papa Paulo VI alentó a que los Sínodos de Obispos fueran hechos con regularidad. La mayoría de las veces con alcance universal. Otras, como en este caso, comprende una zona bien delimitada: la Amazonía. El Papa Francisco lo convocó el 15 de octubre de 2017 y el largo camino sinodal de escucha y consulta comenzó a partir del histórico encuentro con los pueblos indígenas amazónicos en Puerto Maldonado, Perú.

Foto - Infobae
Fueron casi dos años de búsquedas e intercambios a través de diversos mecanismos de consulta y participación en los diversos países de la panamazonía. Para ello se contó con un “Instrumentum laboris” que sirvió como base para comenzar a dialogar y buscar consensos. Se calcula que 87.000 personas participaron activamente en este proceso, además de actores eclesiales, académicos y ONG ambientales. Estos datos ayudan a comprender la magnitud y la seriedad del trabajo, y el interés que ha generado en la comunidad internacional.
En el discurso de apertura, el Papa llamó a expresarse con libertad. De esa manera en el Sínodo fueron escuchándose todas las voces. Aunque era perceptible que, dentro del Aula, algunos participantes, principalmente de la Curia Vaticana, no estaban tan abiertos como para dejarse interpelar.
Hubo hechos lamentables que expresaron muy bien la reacción contraria a este Sínodo. Uno de ellos fue la de un joven ultraconservador que robó la imagen de la pachamama que estaba expuesta en una iglesia de Roma y la arrojó al río Tíber. Otra imagen triste fueron las burlas de unos pocos por los adornos que los indígenas llevaban en sus cabezas. El Papa Francisco no dudó en hacer oír su voz hacia los que fueron autores de estas burlas, pero también pidió públicamente perdón a los indígenas. A pesar de estos acontecimientos reprochables, la ciudad de Roma quedó fuertemente marcada por la presencia vital, esperanzada y evangélica que congregó a indígenas de toda la Amazonía.
El debate sobre el celibato
Si bien el documento de preparación generó profundos debates, el más novedoso giró en torno a la ordenación para el sacerdocio de hombres casados (“viri probati”): quienes viven y misionan en la región amazónica perciben la necesidad de dar respuesta al derecho que tienen las Comunidades para celebrar la Eucaristía con más frecuencia. Derecho que no se alcanza a cubrir por la escasez de sacerdotes. Esta ausencia de curas se debe a que, para ser ordenado en este servicio, la Iglesia latina tiene como norma la obligación del celibato.
Sin ser extenso, es bueno tener presente dos cuestiones muy simples: no hay fundamento bíblico-teológico que imponga el celibato. En efecto, en el primer milenio no era ésta la práctica general. Fueron circunstancias históricas y coyunturales las que llevaron en su momento a optar por este estilo de vida, de manera obligatoria. Hoy las circunstancias son bien distintas y hay nuevas exigencias en un mundo mucho más complejo y globalizado.
Por otro lado, en otros ritos de Iglesias, también católicas, sus ministros pueden contraer matrimonio si así lo desean. Es verdad que no podemos minusvalorar el celibato, ni tampoco ser simplistas a la hora de evaluarlo. Pero tampoco se lo debe absolutizar como la única opción. En todo caso, podría ser optativo.
Actualmente, son cientos los sacerdotes y obispos que han decidido renunciar al ministerio para formar una familia. Y no se puede negar que fueron y son excelentes pastores. Muchos de ellos, con servicios cualificados, han dado ese paso a partir de una sincera opción evangélica. En Argentina, conocemos el famoso caso de Monseñor Podestá y su esposa Clelia (ya fallecidos), muy amigos del entonces Cardenal Jorge Bergoglio.
El trabajo previo ya dio cuenta de los innumerables casos de hombres casados, esposos y padres que son verdaderos servidores de sus Comunidades. Y ni hablar del rol preponderante de la mujer en la organización y vida de tantos lugares. Estos resultados fueron llevados al Sínodo y, expuestos allí con toda claridad y vehemencia.

Foto - AFP
El cuidado de la casa común
Este sínodo es la concreción de la Encíclica “Laudato Si”, en la que Francisco aborda con fuerza el cuidado de la casa común, es decir, el medio ambiente. Él mismo se encargó de decir que este Sínodo es hijo de la encíclica. Ambos son, podríamos decir, textos complementarios y obligatorios. Leer uno exige leer el otro. Aún cuando el Sínodo es un acontecimiento regional y territorial. Es necesario hacer de las dos una guía para enfrentar el desafío de la crisis climática que tiene dimensión universal y será esa una de las tareas que la Iglesia deberá llevar adelante de forma urgente para ser fiel a su misión originaria.
Es interesante también rescatar un hecho que no es menos importante: en este sínodo la Iglesia se dejó interpelar y recibió enseñanzas de las periferias, pero no de los centros de poder, las bibliotecas, los teólogos ni los teóricos. Estas enseñanzas surgieron del testimonio de una Iglesia que viene caminando desde hace mucho tiempo junto con los pueblos indígenas amazónicos. Un testimonio de amor y de servicio incluso hasta derramar la sangre: cuántos dieron la vida en la misión amazónica para contribuir a la vida de estos pueblos y al cuidado de la casa común.
"El Sínodo fue un llamado, un grito desesperado y urgente por la dramática situación que vive esta región del planeta con consecuencias para toda la humanidad."
Otra cuestión tiene un componente político que viene de la realidad misma de la región. ¿Cómo este acontecimiento no iba a poner en evidencia los intereses ocultos al poner la atención en una región que es considerada “el pulmón del planeta”? Por un lado, estamos los que creemos que es necesaria una urgente toma de conciencia y acciones concretas sobre lo que Francisco llama “el cuidado de la casa común”. Y, por otro lado, están los poderosos grupos que tienen allí grandes intereses económicos, apoyados, muchas veces, por sus gobiernos y líderes políticos.
Pero, sobre todo, el Sínodo visibilizó la presencia y la acción de los pueblos Indígenas que con-viven con esa monumental naturaleza que llamamos el Amazonas. Y lo hacen desde hace siglos, sin destruirla. Estos pueblos son los que padecen el riesgo más alto de la destrucción. Y este evento mostró con toda claridad que la espiritualidad, la cosmovisión y el estilo de vida de los indígenas debe ser el norte que guíe a la humanidad para salvarnos de esta destrucción. “Todo está interconectado”, ya lo había dicho Francisco en “Laudato Si”.
Por eso el Sínodo fue un llamado, un grito desesperado y urgente por la dramática situación que vive esta región del planeta con consecuencias para toda la humanidad. Urgencia por la carrera desenfrenada a la muerte. Y urgencia porque requiere cambios radicales que no pueden esperar. La Amazonía es una región tan especial porque allí conviven, en armonía, la exuberante naturaleza y una variedad de pueblos indígenas, muchos de ellos en aislamiento voluntario, como verdaderos “guardianes de la creación”. Además están los ribereños y afrodescendientes que deben ser tenidos en cuenta, ya que ellos también padecen las consecuencias de este modelo depredador.

Foto - Infodecom
El día después del Sínodo
El Documento final “Amazonia: nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral” es la expresión de un consenso generalizado y refleja muy bien los pensamientos, deseos y propuestas referidas a la realidad de la región y al servicio pastoral de la Iglesia. Es importante la lectura atenta de todo el documento para dimensionar la riqueza de lo vivido y trabajado, y los caminos que se van abriendo.
Esto se ve claramente, en el punto 55 del Documento Final sobre el respeto a las culturas y los derechos de los pueblos: “Todos estamos invitados a acercarnos a los pueblos amazónicos de igual a igual, respetando su historia, sus culturas, su estilo del 'buen vivir'. El colonalismo es la imposición de determinados modos de vivir de unos pueblos sobre otros, tanto económica, cultural o religiosamente. Rechazamos una evangelización de estilo colonialista. Anunciar la Buena Nueva de Jesús implica reconocer los gérmenes del Verbo ya presentes en las culturas. La evangelización que hoy proponemos para la Amazonía es el anuncio inculturado que genera procesos de interculturalidad, procesos que promueven la vida de la Iglesia con una identidad y un rostro amazónico”.
Sin embargo, no todos reaccionaron bien al Documento Final. Tiempo después de su publicación, el Cardenal Sarah quiso provocar un impacto mediático que presionara sobre la decisión que pudiera tomar Francisco en la Exhortación Apostólica respecto a la cuestión del celibato. Aún nos queda la duda de si habrá influido la conversación que tuvo previamente Sarah con Benedicto XVI. De todos modos, el tiro salió por la culata (como decimos en Argentina), y ese gesto solo ayudó a desnudar y “blanquear” la oposición tenaz que existe de algunos grupos de poder dentro de la curia romana hacia el magisterio y a la acción del Papa Francisco. Es un dato que no debe asustar porque “la barca de Pedro” sigue firme en su rumbo. Pero también vale como advertencia para estar atentos, cuidar y apoyar el camino emprendido por Francisco, que no es otro que el trazado por Jesús de Nazaret.
"El Papa Francisco va abriendo puertas que poco a poco habrá que ir traspasando."
Como confirmación de esto, el Papa publicó el pasado 12 de febrero su Exhortación apostólica “Querida Amazonia” . Allí, el Papa aclara que no viene a sustituir el Documento Final. Esta cuestión es tal vez la más novedosa: el Papa asume tal cual está a ese documento votado por la Asamblea Sinodal, e invita a leerlo y aplicarlo. De esta manera, ambos documentos gozan de validez, y ambos deben ser tenidos en cuenta, en su conjunto, para comprender y dar continuidad a lo dispuesto en el Sínodo. “Dios quiera que toda la Iglesia se deje enriquecer e interpelar por ese trabajo, que los pastores, consagrados, consagradas y fieles laicos de la Amazonía se empeñen en su aplicación”, dice Francisco. Lo más importante de sus palabras van en esa línea y no tanto en si se aprobó o no la cuestión de los “viri probati”. De esta manera, el Papa Francisco va abriendo puertas que poco a poco habrá que ir traspasando.
Respecto al celibato, que tanta expectativa había generado, Francisco tomó una decisión que creyó oportuna en esta coyuntura eclesial. Es una decisión que tal vez busca evitar causar un daño mayor a la Iglesia frente a la situación interna que se estaba generando por los grupos integristas. Seguramente su decisión viene del firme propósito de mantener la unidad de la Iglesia y evitar un cisma que estaba dando vueltas. Probablemente, Francisco pensó que en estas circunstancias es mejor esperar. Pero esperar no significa cobardía o temor, significa postergar la decisión para más adelante cuando la Iglesia esté preparada para un cambio que aún genera tantas reacciones del ala más conservadora. Mientras tanto, cobra fuerza y nueva vida los sueños que enumera en la Exhortación. Sueños que hacen a la vida de los pueblos amazónicos y al cuidado urgente de la casa común.
Nos queda reflexionar sobre el pedido del Papa Francisco en la clausura del Sínodo: salvar a la Amazonía de la destrucción. Es importante resaltarlo porque, a veces, para desviar la atención de lo verdaderamente esencial, las discusiones se intentan reducir a cuestiones menores. Este evento provocó la reacción directa de algunos gobiernos como es el caso de Brasil. Es sabido que han querido estar presente a través de algún representante en las discusiones dentro del Aula Sinodal. Sobre todo sabiendo que Francisco está bien informado de la realidad y que había levantado la voz en ocasión de los últimos incendios provocados en la Amazonía brasileña.
Finalmente, aquello por lo que tantos y tantas soñamos y luchamos durante mucho tiempo se hizo realidad: quién se iba a imaginar al Papa saliendo de la Basílica de San Pedro, camino al Aula Sinodal, rodeado de indígenas, de valientes mujeres de la Amazonía, de misioneras y misioneros. Algunos de ellos, rostros conocidos y muy queridos, con signos y carteles que traían la memoria de los mártires (de esas mujeres y esos hombres que fueron regando con su sangre esa bendita tierra) e iban exhibiendo los clamores de la tierra. Hasta hace poco, en la Iglesia, eso era impensable. Quien quiera entender que entienda, ¡quien quiera oír que oiga! Estos “pobres”, “indios”, “salvajes” y “primitivos” son los verdaderos maestros en el cuidado de la casa común. De ellos, “los civilizados” tenemos mucho que aprender.

Foto - AFP
Ponciano Acosta es sacerdote de la Diócesis de Formosa y ex coordinador del Equipo Nacional de Pastoral Aborígen (ENDEPA)